Nació como Alianza Popular
Revolucionaria Americana el 07 de mayo de 1924 bajo el liderazgo de Víctor Raúl
Haya de la Torre con cinco principios programáticos al comenzar el siglo XX:
1.- luchar contra el imperialismo, 2.- la unidad política de América Latina,
3.- la nacionalización de la tierra y las industrias, 4.- la
internacionalización del canal de Panamá, y, 5.- la solidaridad con todos los
pueblos oprimidos del mundo. Pero, fue el 20 de setiembre de 1930 cuando se
fundó el Partido Aprista Peruano, autodenominándose “el partido del pueblo”. El
nuevo partido aspiraba arrebatar a las castas tradicionales y dictaduras militares
del Perú, la administración gubernamental del país y en ocasiones se alió con
sus enemigos políticos lo que generó cismas internos.
Decenas de sus dirigentes y
militantes sacrificaron sus vidas en defensa de sus ideales, llegando a las
catacumbas y otros perdieron su libertad por varios años en prisiones infames.
El partido fue perseguido, excluido, reprimido, golpeado y marginado por
décadas por la aristocracia civil y militar que temía perder sus privilegios
políticos, económicos y sociales, considerando a los apristas como
“subversivos”. Pese a la mística y
capacidad de sacrificio de sus antiguos militantes, en el historial político
partidario del país, los apristas fueron considerados como sectarios e intolerantes,
confundiendo la disciplina con la sumisión. Se asemejaban a una iglesia antes
que a un partido político. Le dieron el poder absoluto a Haya de la Torre,
creyéndolo un mesías que, con la consigna, “solo el aprismo salvará el Perú”,
graficaban la intolerancia política respecto a los demás partidos políticos.
Pese a ello, Haya fue elegido
presidente del Congreso Nacional en 1979 como reconocimiento a su larga lucha
política por sus ideales de una patria más justa, solidaria, democrática y con
libertades ciudadanas. Con todos sus errores históricos, el PAP era un partido
político que tenía presencia en el país con una organización ideológica,
programática y con miles de militantes activos que participaron
disciplinadamente en procesos electorales. Si alguna virtud hay que reconocer
al viejo aprismo del siglo XX, es que ninguno de sus líderes, empezando por
Haya de la Torre, Manuel Seoane, Luis Alberto Sánchez, Ramiro Priale, Armando
Villanueva del Campo, Agustín Haya de la Torre, Carlos Manuel Cox, José
Barreto, Luis Negreiros, Luis Felipe de las Casas, y otros, fueran considerados
como corruptos, inmorales y rapaces del aparato estatal. Todo lo contrario,
fueron intelectuales, austeros, tenían buena formación ideológica, política y
solvencia moral.
Escuchar un debate ideológico y
programático entre un aprista, un izquierdista y un conservador en las cámaras
legislativas del siglo XX, era sinónimo de pedagogía política, lo que hoy no se
aprecia en el Congreso, en los medios de la concentración y menos en las plazas
públicas. Al fallecimiento de Víctor Raúl y desde la década del ochenta del
siglo XX y por cuatro décadas consecutivas, Alan García condujo las riendas del
viejo partido, hipnotizando a sus militantes y cúpulas partidarias que no se
atrevieron a exigirle respeto a la institucionalidad partidaria ni los
estatutos. Santificaron a García convirtiéndolo en el nuevo caudillo del
aprismo. Con su locuacidad y verborrea ante las masas, llevo al aprismo a la
cúspide del poder político al conquistar Palacio de Gobierno en dos
oportunidades. Pero ese mismo personaje, los condujo al peor declive político y
moral del cual el aprismo no ha sabido librarse hasta hoy. No en vano la
encuestadora Datun consideró en octubre 2018 entre los políticos más corruptos
del país a Keiko Fujimori con 29%, Alan García con el 17%, Alberto Fujimori con
el 9%, Alejandro Toledo con el 7%, Ollanta Humala con el 3% y Pedro Pablo
Kuchinsky con el 3%.
Hoy en el siglo XXI se percibe la
diferencia entre la generación fundadora del aprismo del siglo XX que lucharon
por sus ideales pese a que fueron perseguidos, encarcelados y asesinados,
incluido Haya de la Torre, que sufrió una prisión infame, pero se defendió a
balazos cuando pretendían detenerlo. García no estaba preparado para afrontar
prisión, persecución, martirologio y hasta luchar por su vida, para limpiar la
pésima imagen de su viejo partido ante la opinión pública por lo que prefirió
suicidarse, siendo ese su peor error histórico que sus congresistas
incondicionales, lo han calificado como “un honor y sacrificio”. García
derechizó el partido aprista en su segundo gobierno, promovió una desviación
ideológica, lo puso al servicio de los grupos económicos y transnacionales,
abandonó los planes de gobierno y no respetó la Constitución de Haya de la
Torre. Lo peor fueron los múltiples casos de corrupción de su segundo gobierno,
donde García “no sabía nada” y los funcionarios de segundo y tercer nivel eran
los “únicos responsables”. El castigo del electorado peruano se dio en las
elecciones del 2016 que ubicó al candidato García en el quinto lugar al obtener
tan solo el 5.85% lo que lo obligó a renunciar a la presidencia del partido
aprista, pasando ajustadamente la valla electoral obteniendo cinco curules.
El futuro del aprismo es incierto
ante el suicidio de García, ya que hoy no se observa ni avizoran líderes de
recambio ya que la actual cúpula dirigencial y parlamentaria está copada por
alanistas. Las nuevas canteras de ese viejo partido, especialmente del interior
del país, son los que tienen que tomar las riendas del partido de Haya de la
Torre y desterrar a las cúpulas capitalinas empezando por los parlamentarios
alanistas que hoy tienen y que en una alianza tacita no suscrita en actas, se
han convertido en los hechos en apéndices y furgones de cola del fujimorismo.
Es necesaria una refundación orgánica y programática del viejo partido para
darle institucionalidad democrática sin volver incurrir en el caudillismo
histórico. Urge, también una revolución moral con nuevos cuadros con conducta
política intachable pública y privada ante la opinión pública y que no utilicen
como escudo su inmunidad parlamentaria. ¿Resucitará el Partido Aprista?
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