lunes, 15 de abril de 2019

¿FUE JESUCRISTO UN SUBERSIVO?


¿Por qué razones se crucificó a Jesucristo? Una de las acusaciones principales contra él, fue la profanación del día sábado, cuyo obligado descanso era una ley de la época que supuestamente habría quebrantado Cristo con las curaciones y milagros efectuados ese día a una mujer encorvada, a un ciego de nacimiento y un paralitico. Se le acusó también de blasfemo cuando pronunció la frase: «Destruid este templo que en tres días lo reedificaré». Pero, tal vez lo más “atrevido” para los sumo sacerdotes de entonces fue lo siguiente. En el juicio para tratar de condenar a Jesús, el sumo sacerdote le preguntó: ¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito? Jesús respondió: “Yo soy el Mesías. Verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y llegando desde las nubes del cielo”. Esa respuesta fue considerada una blasfemia imperdonable para esa época de predominio religioso. ¿Qué era una blasfemia? Blasfemar contra Dios, era considerado una ofensa y un ultraje contra el creador del universo. Cuando Jesucristo reconoció que “estaría al lado derecho de Dios”, según los sacerdotes, esa frase lo consideraron como una “injuria”, una “burla” y un “insulto” a Dios que no merecía perdón. 

Pero, a Jesucristo lo acusaron también de ser amigos de pecadores y de cenar con ellos, respondiendo Jesucristo que él vino a salvar a los pecadores para que se conviertan ante la palabra de Dios.  Por diversos motivos, Jesús fue finalmente crucificado por los romanos como un rebelde al orden establecido y las creencias religiosas. ¿Fue un subversivo en esa época? ¿Se sublevó ante la justicia imperante? ¿Abusaron los romanos del poder que tenían en esa época?  Jesús vio mucho dolor en esa época romana y al pueblo despojado de la tierra y del mar por la bota del imperio romano. Comprobó los abusivos impuestos para sufragar las obras monumentales de los romanos, mientras que había miles de familias ahogadas por las deudas y el hambre. Observó a campesinos vender sus pequeñas parcelas de tierra y convertirse en arrendatarios, y al no pagar las deudas, convertirse en asalariados o esclavos de los nuevos dueños. Jesús vio todo eso y se conmovió. Se indignó porque observó a las cúpulas religiosas, políticas, económicas y sociales, con excesivos privilegios, mientras había pueblos pobres, deprimidos y excluidos. 

Vio los caminos llenos de enfermos y abandonados a la caridad de los transeúntes. Comprobó que la fe y la esperanza de la pobre gente en Dios, se estaba perdiendo.  ¿Dónde estaba Dios? ¿Por qué no se apiadaba de ellos? ¿Por qué no los socorría si ellos eran creyentes? Jesús vio todo eso y se conmovió e indignó. Se comprometió en la transformación de aquella realidad injusta y elitista. Por eso, sus mensajes y actos públicos, fueron observados como un desafío y una provocación al imperio romano y a la cúpula religiosa, especialmente cuando hacía uso de las parábolas.   Por ejemplo, cuando en (Lucas 4: 16-21) van dirigidas a los pobres y a los oprimidos cuando sostiene que “para evangelizar a los pobres me ha enviado y para liberar a los oprimidos” excluyendo a los ricos. 

También en Lucas 16: 13-14 cuando afirmó que “No podéis servir a Dios y al Dinero.” Jesucristo quebró y desobedeció las reglas de la sociedad romana. Ni las autoridades políticas y religiosas se ponían de acuerdo para condenarlo. Herodes y Pilatos tampoco lo condenaron porque en él no encontraron delito alguno.  Los únicos que lo entendieron fueron los lisiados, leprosos, cojos, ciegos, mudos, endemoniados y prostitutas, porque ellos no tenían nada que perder y se acercaron a él por los milagros y por su salvación, pero también por las reflexiones de un mundo más solidario y justo para todos y sin exclusiones.  

Jesús nació en una aldea sin prestigio, pero fue capaz de discutir y polemizar con los mejores intelectuales de su tiempo, con los fariseos y los sacerdotes, una casta a la que él no perteneció.  No sólo fustigó a los ricos, sino también a la arrogancia y a la soberbia de los que detentan el poder y la hipocresía de los líderes espirituales de ese tiempo (saduceos, escribas y fariseos) con palabras que pueden aplicarse hoy a ciertos guías espirituales de las Iglesias en la actualidad: “Así pues –dice en Mateo 23: 3- todas cuantas cosas os dijeren, hacedlas y guardadlas, más no hagáis conforme a sus obras, porque dicen y no hacen.” (o sea, hagan lo que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen).

Jesús fue un partidario radical de la igualdad, ya que la sociedad romana fue patriarcal como hasta hoy, donde las mujeres eran objetos y no personas. El mundo conoce el episodio de María Magdalena a quien, de acuerdo a la tradición, querían matarla a pedradas, acusándola de prostituta. Jesús les dice a quienes cuestionan a Magdalena, que el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra y cuando comienza a escribir en la arena los secretos más ocultos de los que querían apedrearla, todos espantados se fueron retirando.  Las parábolas de Jesucristo fueron un látigo eterno contra los malvados a través de los siglos. ¿Qué significa esta frase: “¿En verdad os digo, cuanto hicisteis con uno de estos hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”? (Mateo: 25: 40). 

En términos sencillos, indicó que los sacerdotes que abandonan a los pobres, los tele-evangelistas y profetas que extraen sus ahorros a los ancianos y pobres que embaucan con sus prédicas, los que asesinan a miembros de otras religiones a causa de su fe, los que discriminan al inmigrante, los que desprecian a los humildes, los que persiguen a otros hombres por las ideas que profesan, están abandonando, robando, asesinando, discriminando, despreciando o persiguiendo a Jesús. Cristo fue un radical, un extremista, un subversivo y un revolucionario que existió. 

No utilizó la violencia, pero si la fuerza moral de sus palabras que fue infinita y perdura hasta hoy. En la semana santa, es oportuna la siguiente parábola del evangelio según San Lucas 14, 1.7-14. “Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo del que os convidó a ti y a él, te diga: “deja el sitio a éste”, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarse al último puesto, de manera que cuando venga él que te convido, te diga, “amigo, sube más arriba”. Y eso será un honor para ti delante de todos los que estén contigo en la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado, y el que se humille, será ensalzado”. 

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